martes, 17 de febrero de 2009

LA BULIMIA Y LA ANOREXIA

La Bulimia y la Anorexia
Por Ale Gómez —Mira lo que me compré, mami—. Ella le estaba mostrando su nuevo pantalón de jean y su nueva blusa.
—Hija, ¿no te parece que el pantalón es un poco bajo? Apenas te cubre el cuerpo, la blusa te da por encima del ombligo. Es muy llamativa.
A esto, la chica respondió: —Mami, eres muy anticuada. ¡Esto es lo que se usa!
En esta frase se resumen muchas de las plagas de este tiempo: «¡Esto es lo que se usa!» Si hay algo que un adolescente en búsqueda de su identidad, va a intentar por todos los medios, es vestirse o vivir a la moda. El testimonio de miles de adolescentes de estos tiempos es: «Me levanto cada día buscando sentirme mejor conmigo misma. Cuando llega la noche y reflexiono sobre el día, sólo hay una cosa que me permite sentir satisfacción por un instante: «Peso unos gramos menos que ayer. ¿Dónde quedaron el resto de mis inquietudes? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Qué soy yo, aparte de mi imagen? ¿Dónde está todo el mundo?»
Todo te empuja a ser una chica como las que salen en las portadas de las revistas. ¡Si supieras que estas chicas hacen unos esfuerzos casi inhumanos para mantener un cuerpo y una imagen que sólo son creación de las revistas y la televisión! Millones de adolescentes se debaten en una batalla contra la báscula. Esa batalla las sumerge en una plaga llamada bulimia o anorexia. Si eres una de ellas, necesitas saber que no podrás solucionar tu situación, a menos que Dios te ayude a encontrar tu verdadera identidad y llegues a conocer el propósito con el cual fuiste creada.

Lo que se usa
La plaga de la anorexia o bulimia utiliza como primera premisa este lema: «Destruir la vida de millones». La mayoría de sus víctimas son chicas (y a veces chicos) que corren detrás de la moda; que se quieren ver como modelos de la televisión y de las revistas. En muchos casos, su peso es menor de lo recomendado médicamente para su altura y edad. No obstante, como ya dije, el precio a pagar para verse con «lo que se usa» es una enfermiza obsesión por enflaquecer más allá de los límites normales.
Uno de los semáforos que nos permiten saber si una adolescente ya está en el tobogán de esta plaga, es cuando se la comienza a ver más delgada. Todos lo notan, pero ella todavía cree estar gorda. Se mira al espejo de perfil y se ve extremadamente gorda. Apenas una insinuación de curva en su estómago basta para generar en ella un notable estado de alteración y depresión.
Es el momento de comenzar a hacer algo. Sí, cuando se descubre esa plaga, es necesario comprender que se trata de un problema grave. Por lo general, los padres y la propia adolescente comienzan a tomar medidas cuando en realidad ya es tarde. No sólo tiene ya trastornos en cuanto a la alimentación, sino también psicológicos, además de problemas de conducta en diversos aspectos. Van a hacer falta meses para desandar el camino recorrido, porque ella ahora ha convertido su cuerpo en su identidad delante de los demás, y le va a ser muy difícil aceptar otro cuerpo o ir a comprarse ropa de una talla mayor. Es una pesadilla difícil de resolver.

El problema de Ana
Ana estudia primer año de secundaria, y desde que comenzó el curso escolar ha perdido mucho peso. Es una chica disciplinada y se levanta una hora antes cada día para acudir al gimnasio con su padre antes de ir al instituto. Se destaca en su clase por sus altas calificaciones. Es responsable y obediente. Su madre cuida su alimentación y acude a diferentes tratamientos estéticos. Su padre es una persona exigente con su familia.
Hace unas semanas, recibieron una llamada del instituto, porque en la clase de educación física, Ana había sufrido un descenso en la presión arterial, y se había desmayado. Su tutora aseguró que últimamente su rendimiento había disminuido y que se había aislado mucho de sus compañeras.
A la hora de las comidas, Ana parte lo que le sirven en pequeños trozos, que después esparce por el plato para terminar comiendo apenas dos o tres. Se queja de que no tiene hambre, o de que le llenan demasiado el plato. Su madre le ha encontrado restos de comida en los bolsillos de la ropa. No se puede estar quieta y está siempre moviendo las piernas sin finalidad alguna.
Todo empezó cuando surgió un problema en el matrimonio de sus padres. Durante varios meses, y hasta la separación de ellos, a causa de su angustia, aumentó cinco kilos de peso. En clase, varios compañeros le comenzaron a hacer comentarios negativos sobre su aspecto. Estuvo llorando durante varios días. Nada parecía consolarle, hasta que decidió poner remedio a esa situación.
Su madre no puso inconvenientes a la hora de iniciar una dieta; le recomendó una de las muchas que ella había seguido, y en dos meses, su peso descendió significativamente. Entonces sus amigas empezaron a decirle lo guapa y delgada que estaba, e incluso un chico se interesó por ella, y Ana se sintió profundamente recompensada. Pero al mismo tiempo le vino la idea de seguir perdiendo peso para estar más atractiva aún, y con ella, el temor a defraudar a toda aquella gente que empezaba a creer en ella.
Tenía un miedo horrible a ganar peso y contaba de forma obsesiva las calorías de todo lo que comía. Aun estando muy delgada, se veía gruesa, se le caía el pelo y estaba siempre cansada.
En su mente tenía un sólo objetivo: perder peso, aun a costa de su salud. Sentía que al menos había conseguido algo en la vida: estaba delgada, y si dejaba de estarlo, ¿qué le quedaría?

El problema de Mónica
Mónica está desconcertada. Cada día se hace el propósito de comenzar una dieta para perder los diez kilos que según ella le sobran. Sin embargo, es incapaz de conseguirlo. Su peso varía; a veces pierde un par de kilos, y a la semana los recupera. Su madre se ha dado cuenta de que en los armarios desaparecía la comida. Las galletas, los chocolates y los postres apenas duran un par de días. A pesar de esto, no sabe qué pensar, porque su hija está a dieta y no come esas cosas. Mónica es hija de padres separados, y su madre, por cuestiones de trabajo, no llega a la casa temprano.
Durante su infancia, Mónica fue una chica delgada, pero cuando alcanzó la madurez, su cuerpo cambió y aumento de peso. Desde entonces, empezó a luchar contra la báscula, y empezó a buscar la forma de perder peso rápidamente y sin sacrificio.
Hace unos meses, una compañera de la facultad le confesó que después de las comidas, a veces vomitaba. Ella estaba muy delgada, y a Mónica le pareció una idea fantástica. Así podría comer lo que quisiera y bajar de peso. Decidió seguir con su dieta y de vez en cuando comer dulces y chucherías, para luego vomitarlos.
Lamentablemente, la ansiedad no tardó en aparecer y el ansia por comer empezó a controlar su vida. Comía en exceso cada vez con mayor frecuencia y, aunque vomitaba, su peso no disminuía, por lo que ponía en marcha dietas cada vez más hipocalóricas, que hacían que el hambre y la obsesión por comer la desbordaran.
Mónica ha llegado a vomitar hasta cinco veces en un mismo día, a pesar de observar que sangra cuando lo hace, o que tiene la garganta muy irritada y se marea con mucha facilidad. Hasta el dentista le ha dicho que tiene seis caries más que el año pasado.
Cuando discute con alguien, se siente aburrida, o está en época de exámenes, lo primero que piensa es comer para después vomitarlo. Cree que es la única forma que conoce para eliminar sus estados emocionales negativos.
Ha desarrollado un miedo exagerado hacia la comida; hay muy pocos alimentos con los que se siente segura. Mónica se odia; ha llegado a veces incluso a lastimarse. Oculta sus cicatrices con camisetas de manga larga, aun en pleno verano. Sólo una amiga íntima conoce su situación. Ella cree que su único problema es ser obesa, y que a los médicos deben acudir las personas que son esqueléticas; no ella.

Ésta es la salida
Después de leer estas dos historias, estoy seguro de que has visto reflejada en ellas alguna situación de tu vida. Tal vez hoy te des cuenta de que hay muchas chicas luchando por salir y que no eres «la única», sino que muchas ya han salido de esta plaga. ¡Hay una salida!
Si hay algo que hace que la plaga anorexia-bulimia perdure en una vida es no reconocer que se está atrapado en ella.
La mayoría de los jóvenes que padecen esta plaga, creen tener todo «bajo control». Piensan que cuando ellos lo decidan, dejarán de tener estos problemas de alimentación. Esa será la mejor defensa para no reconocer el problema. Así, se seguirá agudizando un poco más cada día, hasta que pierdan por completo el control. Por eso, mi consejo es que sigas paso por paso lo que sigue:
Primer paso:
La salida consiste en reconocer lo que te sucede, ya que tal vez en otros aspectos seas alguien tan normal como los demás. No obstante, en lo oculto de tu corazón sabes la verdad. Si hay algo que Dios no puede sanar, son aquellas enfermedades que nosotros no reconocemos: «La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará. Y si ha pecado, su pecado se le perdonará. Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados» (Santiago 5:15)
Segundo paso:
Saber que para cumplir el propósito de Dios en tu vida, la clave no radica en cómo te ven los demás, sino en cómo te ve Dios. En la Biblia está la historia de alguien a quien se considera como uno de los más grandes líderes de Israel. Su nombre es Moisés. En realidad, era un hombre tartamudo, y les tuvo que llevar con sus labios el mensaje de Dios a su nación y al faraón.
«Señor, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra, objetó Moisés. Y esto no es algo que haya comenzado ayer ni anteayer, ni hoy que te diriges a este servidor tuyo. Francamente, me cuesta mucho trabajo hablar. ¿Y quién le puso la boca al hombre*?, le respondió el Señor. ¿Acaso no soy yo, el Señor, quien lo hace sordo o mudo, quien le da la vista o se la quita? Anda, ponte en marcha, que yo te ayudaré a hablar y te diré lo que debas decir» (Éxodo 4:10).
Dios no mira lo mismo que mira el hombre. Dios mira tu corazón. Ni siquiera tiene en cuenta lo que piensas de ti misma. Él te ha hecho única e irrepetible. Entiéndelo: ¡para Dios eres muy especial!
Tercer paso:
Necesitas saber que nuestro exterior es simplemente una cáscara que cubre algo hermoso. Ese algo hermoso es nuestro interior. La «cáscara», al pasar los años, se irá desgastando hasta no ser necesaria, de manera que llegaremos al Señor con el brillo de nuestro ser interior. «Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día» (2ª Corintios 4:16).
Mira a tus abuelos y fíjate en una cosa: aquello que parecía eterno no lo es. Porque es verdad que lo importante es invisible para los ojos. «Así que no nos fijamos en lo visible, sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno» (2ª Corintios 4:18).
La moda cambia cada tres meses. Tal vez tengas dinero para estar a la moda, y tal vez no. Dios te ha elegido para que formes parte de un ejército que no pasa de moda. Aunque utilicemos herramientas y armas como la música, el rap, el hip-hop o las comidas que damos en las calles, sí hay algo que no cambia: el mensaje de amor que les podemos llevar a los demás.
No es la imagen; no es el «look». Es lo que está en tu corazón.

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